y como íbamos justos de tiempo, seguidamente pudimos disfrutar de la 12;
Las cervezas estaban excelentes. No sé si serán las mejores cervezas del mundo, pero desde luego, lo que no se puede negar es que están entre las mejores. Llegados a este punto, me veo en la obligación de desmitificar un poco todo lo que rodea a esta cerveza. Creo que se ha generado una expectación excesiva gracias a trucos marketineros como que la producción es muy pequeña y sólo se vende en la abadía (cosa que no es del todo cierta, ya que en Brujas pudimos encontrarlas en la carta de un conocido restaurante). La verdad es que no creo que vuelva nunca a este lugar, ya que la sensación que me dejó es la de que unos monjes bastante listos, se aprovechan demasiado del tirón de sus cervezas, que, en principio, no son más que un pequeño negocio para conseguir fondos para el monasterio. Me queda la satisfacción de esperar que la gente se harte de sus abusos (mal servicio, camareros con cara de vinagre y desagradables, precios excesivos...), y las cervezas pierdan el éxito desmesurado que han conseguido a base de aprovecharse de la buena voluntad cervecera de la gente.
Nos montamos en el autobús con una rara sensación de satisfacción por haber bebido estas cervezas y haber estado en una de las Mecas cerveceras de Bélgica, a la vez que sentíamos una pequeña decepción por todo lo que os he comentado. Aún así, aún nos quedaría la última sorpresa, ya que una de las compañeras viajeras, había conseguido camelar a uno de los camareros, para que nos vendiera unas cervezas para el camino. Cometimos una de las mayores aberraciones que se pueden hacer con esta cerveza; BEBERLA A MORRO!!! Pensándolo fríamente, creo que fue nuestra gran venganza contra esos monjes que se aprovecharon de nuestra afición por la cerveza.
Entre risas y sentimiento de culpabilidad por beber Westvleteren 12 de la forma que estamos hartos de decir que no hay que beber la cerveza artesanal, emprendimos el viaje hacia nuestra próxima parada del día; Amberes.