Nos alojamos en el hotel, cerca del casco antiguo, y nos dispusimos a visitar la ciudad para estirar un poco las piernas. Disfrutamos de sus jardines, canales y arquitectura, y una vez visto lo más importante, nos dirigimos a una de las cervecerías que conocíamos de nuestro anterior viaje a esta bella ciudad.
Dimos un par de vueltas, pero al final conseguimos encontrarla, al fin y al cabo, sólo hacía dos años que habíamos estado, y Brujas no ha cambiado nada.
Es una cervecería curiosa, perdida en un recóndito callejón, pero que merece la pena visitar por su ambiente, pero sobre todo, por su carta de cervezas; extensa y con suficientes marcas no habituales como para perderte en ella más de una tarde, y de dos también.
No vimos a la dueña del local, una amable señora enamorada de la cerveza que chapurreaba español, pero el servicio fue de lo más correcto, gracias a unos camareros atentos y eficientes.
Envueltos en su agradable ambiente, amenizado por música clásica (la belga es otra cultura...), fueron cayendo unas cuantas cervezas entre risas y anécdotas cerveceras.
Cenamos el típico queso belga y algo de paté no menos típico, y para cuando nos dimos cuenta, era la hora de ir a descansar un rato, y prepararnos para despedirnos de esta pequeña cudad, y emprender viaje hacia uno de los monasterios cerveceros más visitados...
Iker os acordáis cómo se llamaba esa cervecería de Brujas?
ResponderEliminarälvaro, qué tal? El nombre está serigrafiado en el vaso que sale en la segunda foto.
ResponderEliminarUn saludo.